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ungancho

la piel de Eva

El conductor del autobús entregó los billetes solicitados a las dos mujeres que acababan de subir. Fingió no darse cuenta de que iban completamente desnudas y tuvo la suficiente serenidad para hacerse el loco ante la rareza del evento. Menos mal que el inspector acababa de tomar las de Villadiego.

Sonaron las once de la mañana. El automóvil de servicio público que recorría un circuito cerrado comprensivo del centro de la Gran Metrópoli tenía la condición de preferido por los jubilados pobres. Provistos de su tarjeta gratuita, en las mañanas de buen tiempo se daban el gustazo de hacerse una circunvalación por las mejores vías y de intercambiar charlas interminables sobre la basura televisiva del día anterior. Pero lo de aquella jornada tuvo carácter extraordinario. Los cuerpos en pelota picada de las dos chavalas despertaron un chaparrón de comentarios.

Las primeras en sublevarse contra aquél ataque al pudor fueron las viejas matronas.

-¡Qué poca vergüenza! Hace falta valor y mala educación. Por favor, esto no se ha visto nunca. Si me hubiera atrevido yo a hacerlo, mi padre me mata.

Los hombres, dentro de la oposición al comportamiento execrable, se permitían algún reproche cruel, edulcorado con una sincera preocupación por la salud de las apetitosas damiselas.

-Que se os va a enfriar el pompis, criaturas…

Un joven, que formaba parte de la minoría parlamentaria, cogió el móvil y llamó a un amiguete.

-¡Qué pasa, tú!... Soy yo. Te llamo desde el autobús… Es que se han subido dos putas desnudas, que llevan sólo un collar… En serio… Te lo juro tío, ya te contaré…

Un anciano medio tartaja, sereno jubilado según dijo, exhibiendo el carné de su Centro, rogó a las dos jóvenes que tuvieran la amabilidad de acompañarlo a Gestoría. Las ninfas no pusieron resistencia. El pelotón de gente curiosa se iba agrandando tras ellos y no era cuestión de provocar un altercado. Nada mas llegar a la Agencia de Publicidad, el viejales cobró lo pactado y se abrió. Las dos empleadas pasaron al cuarto de aseo para despojarse de sus respectivos uniformes de muñeca hinchable que, pegados a la piel, daban la sensación de ser la piel misma. Algo así como la vestimenta de los aficionados a la pesca submarina.

Aquél caluroso estío, gracias a la cosa publicitaria, el fabricante de piel camelística puso al corriente a todos los organizadores de fiestas veraniegas y carnavalescas.

(para mi papá)

1 comentario

historias -

muy bueno. No lo había leído aún.