todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno
Aunque la vimos en versión original en francés -que era su segunda lengua-, a Jacinta no le gustó nada la película. Y fue una pena, porque creo que, debido a ese mal comienzo, el mundo se conjuró para que no acabáramos acostándonos. O eso quise yo pensar después, algo arrepentido y avergonzado de no haber continuado la noche bebiendo vino y bañándonos, desnudos y enamorados, en la inmensa bañera blanca de su extraordinario apartamento. Luego vinieron muchas cosas -realmente debería decir que se fueron-, y todo quedó en nada… Bueno, no todo, porque, extrañamente, la voz en off de Depardieu y la “marche pour la ceremonie des turcs” no se me olvidaron.
Plácido Domingo estrena “Tamerlano”, de Haendel, en la vida real y en el Teatro Real, y me imagino escuchándolo, vestido de smoking, escondido entre las sombras de un palco oscuro de la platea. Yo, un vago redomado, un inculto ruin y mentiroso, un ignorante global desconocedor de todas las Artes, envidio ese momento puro e inmerecido mientras me arrastro torpemente, haciendo jogging por la urbanización de la Universidad.
Lully, Marais, Sainte-Colombe, Cambert… Haendel me lleva a ellos, y ellos me dan una razón más para quemar gratuitamente otro día.
Qué asco.
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