cibeles
Bajo de clase enfadado y cansado, después de una lucha incruenta de dos horas con los alumnos repetidores, que no se cansan de debatir trivialidades, permitirse el lujo de desestructurar el orden sistemático de las explicaciones, y hacer ejercicios constantes de presunción y mediocridad. Pero no me arrugo. Me deprimo, pero no dejo de respirar. Visito sonámbulo mi propio refugio y decido perder aún más el tiempo escuchando música.
Me llega entonces un correo con una espalda bestial, abrupta y curvilínea. La espalda sin rostro de una mujer. Y empiezo a pensar si valdría cualquier cara, cualquier boca, cualquier cuerpo, para huir de esta tarde, para acabar con el hastío, para dar por terminado lo que queda del día.
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