mi ombligo
Pues bien, «esta insípida obviedad o perogrullada» a la que se refiere Sánchez Ferlosio y en la que siempre se había basado la instrucción es precisamente la que el sistema educativo “buenista” echa por tierra sin contemplaciones. Porque la pedagogía al uso propugna que sean los conocimientos los que se esfuercen en llegar al alumno, y no al revés. Lo cual supone que estos conocimientos deberán adaptarse a cada caso particular. Lo cual supone, a su vez, que ya no existe un nivel general al que ceñirse, un punto de referencia externo que pueda servir de pauta al alumno y al profesor. No: el profesor, en el supuesto de que no deba dedicar todas sus energías a tratar de mantener el orden en el aula y a «educar en valores», está obligado a adaptarse a lo que ha venido en llamarse la «diversidad», es decir, a la consideración de que el nivel de conocimiento exigible a cada alumno constituye un asunto estrictamente personal, relativo, no sujeto en modo alguno a un condicionamiento exterior. De lo que se deduce, claro está, que ese igualitarismo, si algo alcanza a igualar, es justamente la falta de conocimientos, pues no otra cosa cabe esperar de esta adaptación a las necesidades y las voluntades de quien no aspira sino a seguir siendo lo que ya es. O, en palabras de Revel: «Se trata de abolir el criterio considerado reaccionario de la competencia. El alumno no debe aprender nada y el profesor puede ignorar lo que él enseña» (...)”.
"Buenismo y sistema educativo", Xavier Pericay en "El fraude del buenismo"
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Fabián -