al final de la escapada
Las casas de la avenida de la ilustración se abren a la calle como gajos de mandarina. Al disminuir la velocidad de mi coche, muchos conductores que me sobrepasan giran la cabeza para mirarme. Yo hago lo mismo, les miro, y todo tiene entonces un color anaranjado y cálido que ralentiza el ritmo de la vida. Apenas son las cuatro y veinte, pero la tarde ya ha caído y las luces del día se empiezan a difuminar.
No sé por qué, pensé que alguien me daría una mala noticia al llegar a la Universidad. Sin embargo, todo sigue igual, tranquilo, sosegado, inalterable.
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