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mis padres

Si el Gran Pino centenario de El Retiro hubiera hablado antes de morir, quizá nos hubiera contado que vio la avenida de Menéndez Pelayo cuando se llamaba ronda de Granada, y que fue testigo de la construcción de los primeros hotelitos del barrio de Doña Carlota, perdidos por los desmontes, granjas y vertederos de lo que más tarde fue el barrio de Moratalaz. Seguramente, no olvidaría la primera juventud del hospitalillo del Niño Jesús, ni los pitidos del mal llamado tren de Arganda.

Nuestro Gran Pino vino al mundo con exceso de vitalidad. Pronto abrió sus brazos en forma de uve y los fue extendiendo cada vez más, como alas gigantescas. Entre la Rosaleda de Don Cecilio Rodríguez y los restos del antiguo Observatorio Astronómico, las aspas del gigante se alargaron de un modo alarmante. A menudo buscaban refugio en sus ramas los pobres estorninos, asustados por los rugidos de los leones de la Casa de Fieras. Y otras veces, eran las jóvenes madres, y sus hijos, las que se resguardaban, al cobijo de su sombra, de las acometidas del ciego sol.

Hace pocos días el Gran Pino ha sido descuartizado. Sus enormes brazos habían crecido demasiado y suponían un grave peligro para los paseantes. Sólo ha quedado un triste muñón, grande como la rueda de un carro. Los gorriones están nerviosos. El formidable coloso ha desparecido como si no pudiera aguantar las primeras heladas de este otoño dorado.

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pobres gorriones...