viaje a los sueños polares
Nunca quise viajar.
A ella le encantaba, pero a mí me daba mucho miedo enfrentarme a todo lo que se saliera de lo normal, y me negaba siempre a ir a cualquier sitio; imaginaba destinos inseguros, repletos de sorpresas incómodas y de problemas insolucionables para una persona tan elemental y cobarde como yo.
Cuando Amaya me dejó recordé muchas veces, sobre todo durante los primeros meses, su gusto por viajar y lo que le ilusionaba descubrir nuevas aventuras, escapándonos juntos de la rutina diaria y buscando esa "tonta sensación de libertad" que sólo se experimenta huyendo hacia lo desconocido.
Desde entonces, para mí cualquier viaje tiene algo mágico. Y, paradójicamente, en cualquier destino, por exótico o típico que sea, está ella.
A ella le encantaba, pero a mí me daba mucho miedo enfrentarme a todo lo que se saliera de lo normal, y me negaba siempre a ir a cualquier sitio; imaginaba destinos inseguros, repletos de sorpresas incómodas y de problemas insolucionables para una persona tan elemental y cobarde como yo.
Cuando Amaya me dejó recordé muchas veces, sobre todo durante los primeros meses, su gusto por viajar y lo que le ilusionaba descubrir nuevas aventuras, escapándonos juntos de la rutina diaria y buscando esa "tonta sensación de libertad" que sólo se experimenta huyendo hacia lo desconocido.
Desde entonces, para mí cualquier viaje tiene algo mágico. Y, paradójicamente, en cualquier destino, por exótico o típico que sea, está ella.
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Álvaro Ramírez -